Si preguntásemos a nuestro entorno si la vajilla que usan es de porcelana o de loza, probablemente la mayoría no sabría qué contestarnos. Normalmente elegimos nuestros complementos de cocina por su precio o su aspecto, y dejamos de lado la calidad, presuponiendo que su tiempo de vida dependerá del cuidado que tengamos de que no se nos caiga al suelo. Sin embargo, son otros los factores que pueden acabar desgastando nuestras tazas y platos. Su uso constante, limpiarlo en el lavavajillas o el roce continuado de los cubiertos al comer puede acabar afeando las piezas en un tiempo relativamente breve. Todo ello sin contar la posibilidad de que se resquebraje o se rompa al meterla en el horno o en el microondas. Todas estas desventajas suelen ir asociadas a una vajilla de loza, más económica pero con un tiempo de vida mucho menor.
Las vajillas de loza, aunque también son cerámicas como la porcelana, están compuestas de arcillas más vulgares, y las temperaturas de cocción suelen ser menores. Esto da como resultado un producto más pesado y poroso, mucho más frágil y con un índice de erosión mayor.
En cambio, una vajilla de porcelana resulta un producto mucho más duradero y resistente, con un acabado pulido y refinado, más ligero, resistente a golpes y arañazos, y que mantiene su acabado impoluto durante más tiempo.
Las principales diferencias entre una vajilla de porcelana y una de loza reside en su composición y en los métodos de cocción. La mitad de la composición de la porcelana consiste en caolín, un tipo de arcilla blanca famosa por este uso, mientras que la otra mitad se reparte entre cuarzo y feldespato a partes iguales. En el caso de la Porcelana de ceniza de hueso, también conocida como Bone China, a la mezcla se le añade como fundente al menos un 30% de fosfato de calcio proveniente de ceniza de hueso. Esto da como resultado una de las porcelanas mejor consideradas por su transparencia, su blancura, su acabado y su resistencia.
Tras el moldeado, la porcelana se cuece a una temperatura de 1000 grados, y después se vuelve a cocer a unos 1400 grados. Gracias a esta doble cocción, la porcelana soporta mucho mejor que la loza las altas temperaturas.
Todos estos motivos están propiciando un cambio en el consumidor medio, que cada vez está más dispuesto a invertir algo más de dinero a cambio de una vajilla más duradera y con un mejor acabado.
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